Él sigue durmiendo. Es raro que duerma tanto. Nunca puede dormir más de un par de horas, y hasta eso le resulta difícil, por culpa del maldito zumbido que no se le apaga nunca en el centro de la cabeza. La camisa de él, abierta sobre los pechos de ella, parece un camisón de fantasma; le llega casi a las rodillas. El viento sopla, en ráfagas leves, y entonces la camisa se hace vela de barquito, y a ella el cosquilleo de la tela de hilo de algodón le estremece la piel: la camisa blanca de él, que tiene el olor de él y la forma del cuerpo de él. Ella piensa que le pedirá que le deje la camisa. No, un regalo no, no te pido que me la regales: quiero tenerla pero que siga siendo tuya. Él no la ve, no ve nada, ni siquiera sabe que por primera vez desde aquella vez está pudiendo dormir largamente: dormir, qué fiesta, parece mentira.
Eduardo Galeano,
en Vagamundo y otros relatos (1980).