Ibamos al trote largo y pensé en ese cuerpo tierno y violento. Me perseguiría hasta el final, pensé. Cuando abra la puerta voy a querer encontrar algún mensaje de ella, y cuando me desplome para dormir en algún suelo o cama voy a escuchar y contar los pasos en la escalera, uno por uno, o el crujido del ascensor, piso por piso, no por miedo a los milicos sino por las ganas locas de que ella esté viva y vuelva. La confundiré con otras. Le buscaré el nombre y la voz y la cara. Le sentiré el olor en la calle. Me voy a emborrachar y no me servirá de nada, pensé y supe, como no sea con saliva o lágrimas de esa mujer.
Eduardo Galeano,
en Vagamundo y otros relatos.
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