-Hacer una bruja.
-Las brujas nacen; no se hacen.
-En el borde del bosque hay una.
-¿Y tuvo maridos? ¿Los tienen las brujas?
-Sí, esta al parecer tuvo varios. Parece que muchísimos. Parece que incontables.
Él quedó alelado.
-¿Su edad?
-Pues, no sé, no tiene edad; es una bruja.
¿Qué edad va a tener? Es bruja.
Se separó y fue a espiarla, a mirarla.
Ella (vio él con asombro) estaba como en un desamparo. Trabajando en el mortero, picaba magnolia, mandrágora, perejil, azucena, nardo, espinas de puercoespines (unas muy largas que hasta parecían tener diamantes), pero solo eran espinas de puercoespines; y testículos de rana y otro poco de perejil.
-Señora Azucena.
-Señora Arcusa.
-Señora Areusa.
-Señora Hermenegilda.
(Son nombres de bruja.)
-Las brujas nacen; no se hacen.
-En el borde del bosque hay una.
-¿Y tuvo maridos? ¿Los tienen las brujas?
-Sí, esta al parecer tuvo varios. Parece que muchísimos. Parece que incontables.
Él quedó alelado.
-¿Su edad?
-Pues, no sé, no tiene edad; es una bruja.
¿Qué edad va a tener? Es bruja.
Se separó y fue a espiarla, a mirarla.
Ella (vio él con asombro) estaba como en un desamparo. Trabajando en el mortero, picaba magnolia, mandrágora, perejil, azucena, nardo, espinas de puercoespines (unas muy largas que hasta parecían tener diamantes), pero solo eran espinas de puercoespines; y testículos de rana y otro poco de perejil.
-Señora Azucena.
-Señora Arcusa.
-Señora Areusa.
-Señora Hermenegilda.
(Son nombres de bruja.)
No acertaba.
La señora bruja no contestaba; tenía un vestido largo llegándole al suelo, pero abierto por todos lados, por donde se le veían los gruesos muslos y la barriga, bella, plana como de virgen.
La señora bruja no contestaba; tenía un vestido largo llegándole al suelo, pero abierto por todos lados, por donde se le veían los gruesos muslos y la barriga, bella, plana como de virgen.
Y estaba descalza, los senos fuera con las puntas lilas, por donde habrían pasado despacio o ligero, según el caso, aquellos interminables maridos.
La cara estaba cerrada como un altar, como una caja, no daba indicios.
Él se dijo:
-Aunque ella lo quisiese, no sé por qué, por nada del mundo, la tomaría. ¿Tal vez por ese impresionante desfile de maridos? No, por eso no era, no.
Apenas pensó tales cosas, comenzaba ya la ansiedad, una angustia terrible, que no paró más. Quería tocarla, contarle los senos. Parecía ahora eran muchos. Y estar como en ramos.
Ella picó un poco más de azucena y echó en la olla. Luego horneó todo. Luego, cerró herméticamente el mortero. Y con pausa se quitó el delantal, de donde caían unas hojas de muérdago, y otras de cristal, y cosas oscuras.
Nunca lo miró, no lo advirtió siquiera. Él tenía miedo de que se le prendiese de un pelo como un buitre, que volara y se subiese a un árbol, o se le quedara en la ropa para siempre como una mariposa. Estampada.
Marosa Di Giorgio,
en Camino de las pedrerías (1997).
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