Se llamaba Franz, tenía veinte años, y aunque no guapo conservaba esa pulcritud y distinción propia de los educados en un Instituto religioso. Como era el único hombre joven que frecuentaba nuestra casa, no se extrañará que entre los dos se estableciese enseguida la cordialidad más perfecta. No obstante, noté desde un principio como huía, embarazado y tímido, mis alocadas impetuosidades, y cómo, a pesar de agradarle en el fondo, mostraba un gracioso temor ante mis excitantes insinuaciones peligrosas. Por todo lo cual -ya conoce usted mi carácter- me propuse enamorarlo de veras y hasta violarle si fuera preciso.
Ahora comprendo la crueldad de los juegos impuestos por mí en práctica entonces, cuando en realidad no era amor ni pasión lo que me impulsaba. Era sencillamente el malsano deseo de ir un poco más allá en mis inquietudes y experiencias. Ni más ni menos.
Wihelmine Schraeder- Devrient.
No hay comentarios:
Publicar un comentario