TUYA ES LA SOLEDAD A MEDIANOCHE
TUYOS LOS ANIMALES SABIOS QUE PUEBLAN TU SUEÑO
EN ESPERA DE LA PALABRA ANTIGUA
TUYO EL AMOR Y SU SONIDO A VIENTO ROTO

sábado, 3 de diciembre de 2011

La fornicación es un pájaro lúgubre (fragmento)

-Cerrate ese tapado. Venus de las pieles.
-Te gusta, es mío -informa con impávida falsedad Agustina y Bender la mira-. Mentís, trompeta -dice Agustina, bajando los ojos-. Adónde me llevás -preguntó después.
Entonces Bender se lo dijo, estaba enojado y se lo dijo con brutalidad. No le dijo adónde sino a qué. Empleó una palabra fea, un vulgarismo. Tal vez debió decir a hacer el amor, no esa palabrota.
Agustina estaba encantada.
-¡Surprise! -dijo-. ¿Otra vez?
Bender la miró con ojos de loco.
-Pero antes -dijo Bender- te llevo al cine. Siempre jodiste con que te llevara al cine -no sé por qué estoy hablando con ferocidad, pensó Bender, yo no soy así, yo soy más bien un melancólico-. Y después del cine te llevo a comer a algún lugar exótico, carísimo, con cíngaros y bayaderas y turcas con el ombligo al aire que bailen la danza del vientre -me enloquecí, pensó Bender.
-¡Fa! -dijo Agustina.
-Y a caminar. También a caminar por parques húmedos.
-Qué hermoso. Y después de eso me abandonás. O te suicidás. Te lo veo en la cara.
-Qué, cómo.
-Que quiero ir a ver  una prohibida para menores de dieciocho.
Y Bender tuvo una revelación. O dos.
La primera no fue, strictu sensu, una revelación auténtica: fue una constatación. Siempre lo sospeché. Las mujeres saben todo acerca de todo. Cumplen once años y ya está. Colegiala que pese más de treinta y cinco kilos, trae, en su carterita, un biberón y un mejoralito para Bender. Debido a que soy huérfano. El desamparo se nota. La soledad es como un resplandor. Enfermera, pitonisa, madre y puta son funciones litúrgicas de la mujer. Por eso se me pegan estas yeguas. Practican conmigo. Y yo me voy a morir lejos del Paraíso. Sin confesión y sin Dios. Y seguramente sin pilila. Crucificado a mis penas como abrazado a un rencor. Nada de lo cual fue la verdadera revelación. La revelación fue cuando Bender oyó que Agustina quería ver una película chancha. La miró y se quedó mirándola. La miró con helados ojos repentinamente grises, dos pequeñas y frías monedas de níquel, qué cosa escalofriante. Bajo su negro paraguas, Bender miró a Agustina desde Transilvania. Y ahora habla secamente. La está corrompiendo, la seduce, ha empezado a violarla hasta el más remoto sarampión, hasta el último vestigio de Quacker Oats.
- No querés nada de eso -dijo-. Lo que Agustina quiere es ir a ver el festival de Tom y Jerry. Y que lo aproveche bien, que se ría hasta hacerse pipí de felicidad. Carpe diem. Porque nunca en su vida volverá a ver un dibujo animado con los mismos ojos.

En Las maquinarias de la noche, Abelardo Castillo, 1992.

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